Creemos en el buen vino, independientemente del género que lo elabore, pero bien es cierto que también creemos que ya va siendo hora que la mujer tenga un lugar reconocido y destacado dentro de esta profesión , por eso, es que nos hemos propuesto ir presentándoos vinos donde las artífices sean MUJERES.
Iniciamos camino con Verónica Ortega , una gaditana asentada en tierras bercianas. La gaditana comparte actividad profesional con buena parte de los 150 habitantes censados en Valtuille, que con sus nueve bodegas cuenta con la media proporcional más alta del sector en toda la provincia: una bodega por cada 17 pobladores.
Ortega también tiene en común con sus vecinos bercianos el amor por las viejas cepas de variedades ancestrales -mencía y godello, especialmente- que sobreviven en este remoto valle de suelos áridos y clima riguroso. En manos de los viticultores de las nuevas generaciones, estas añejas vides -algunas más que centenarias- han conseguido situar al Bierzo en el mapa de los mejores vinos del mundo.
Mientras trastea entre las grandes tinajas de barro -que reivindica como herramienta clave en la elaboración de sus vinos y contribuyen al aspecto arcaico de su vieja bodega-, la viticultora reconoce que su proyecto "es aún muy joven, considerando que mi primera añada fue 2012". En cualquier caso, su breve trayectoria en la D.O. Bierzo no le resta mérito, sino más bien al contrario.
Los vinos de Verónica Ortega son vinos de placer, que se valen de vinificaciones precisas, poco intervencionistas, para dar relieve a la excelencia de la materia prima. En blancos y tintos tan puros como los de esta andaluza enamorada del Bierzo, la selección del viñedo y el tratamiento del mismo supone el argumento primordial de la labor del viticultor. Y la elección de las tinajas y barricas de roble de segundo uso representa una apuesta clara por materiales que puedan contribuir a la complejidad del vino sin restar protagonismo a la expresión de la fruta.
Os preguntaréis cómo llegó esta gaditana a tierras bercianas. "Estudié enología en la Universidad de Cádiz", detalla la viticultora, "e hice mi primera vendimia en Jerez, en 2006. Al año siguiente, cuando llegó el momento de recoger la cosecha, me empeciné en viajar al Priorat, para vendimiar las viñas de Clos i Terrasses, la bodega de Daphne Glorian, cuyo Clos Erasmus 2004 acababa de consagrarse como el primer vino español en alcanzar los 100 puntos Parker. Recuerdo que recorté la noticia y me dije: 'Yo tengo que trabajar en este lugar, con esta gente'"
Pero la vendimia no dura más de 20 días. ¿Qué hizo cuando concluyó su paso soñado por el clos de Daphne Glorian?
Afortunadamente, cuando terminé la vendimia, Álvaro Palacios recién estaba empezando la suya. Me ofreció vendimiar el mítico viñedo de L'Ermita el mismo día que lo conocí, lo cual dice mucho de su carácter: es directo, explosivo y va al grano. Siempre le estaré agradecida porque me ha ayudado muchísimo. Tras pasar por su casa, ya no volví a Cádiz. Sólo por vacaciones.
¿Cómo prosiguió el periplo que acabó en El Bierzo?
En 2008 hice dos vendimias. La primera fue en Nueva Zelanda, en una bodega biodinámica que elaboraba sus propios preparados: infusiones de hierbas, compost... Fue muy interesante colaborar con gente que trabaja en esa línea naturalista. Como en el hemisferio sur se vendimia en febrero, pude regresar a Europa a tiempo para vendimiar en la Romanée Conti, en Borgoña. Llevaba una carta de recomendación de Álvaro Palacios, de ¡ocho folios!... Pero cuando les llamé me advirtieron que sólo admitían dos becarios al año: uno de la escuela de enología de Dijon y otro de la de Beaune. Aunque lo tenía todo perdido, me presenté y, gracias a la recomendación que traía, hicieron una excepción y me admitieron.
Parece poco probable que un templo como la Romanée Conti se salte las normas a la torera...
Es verdad que en todos los procesos de la elaboración del vino son muy rigurosos. Pero en el trato personal son muy cálidos. A los becarios nos cuidaban mejor que nadie. ¡No recuerdo haber comido tan bien como en aquella vendimia en Borgoña! Además, tuve la suerte de caerle muy bien a Aubert de Villaine, el histórico director del domaine. Tal es así que cuando concluyó la recogida de la uva, me contrataron para continuar ayudando al equipo técnico. ¡Fui la primera mujer que trabajó en bodega en toda la historia de la Romanée Conti!
El Domaine de la Romanée Conti es una de las mayores leyendas del mundo del vino. Una pequeña propiedad -repartida en siete célebres pagos- de prestigio monumental, cuyos orígenes se remontan al siglo XIII y que ha sabido perpetuarse como sinónimo de la grandeza y perfección de los vinos de Borgoña. Sirva el apunte para entender la dimensión de la proeza de esta mujer, la primera que por derecho propio ha podido trasegar entre depósitos y barricas del que quizás sea el vino más famoso del planeta.
¿Qué le quedaba por ver después de trabajar en un mito de tal calibre?
¡Hay mucho que ver, aprender y disfrutar en Borgoña! De hecho, me quedé en la región un año más, trabajando para otra excelente bodega, el Domaine du Comte Armand. Y luego me asenté en el valle del Ródano, cuyos grandes vinos también me han fascinado desde siempre. Allí estuve trabajando, ya como enóloga, en el Domaine Laurent Combier, uno de los productores más destacados de Crozes-Hermitage. Entre una cosa y otra, me quedé más de cinco años en Francia.
¿Qué le impulsó a regresar a España?
¡La insistencia de los amigos! Álvaro Palacios, el mismo que me abrió las puertas de las grandes bodegas de Francia, fue paradójicamente quien me convenció para que regresara. "Tienes que volver para hacer tu propio vino", me decía. Pero fueron su sobrino y socio Ricardo Pérez Palacios y Raúl Pérez los que consiguieron seducirme con la mencía y el potencial y singularidad del Bierzo. En 2010 empecé a explorar esta zona, ensayando elaboraciones experimentales en la bodega de Raúl, y dos años más tarde me instalé en Valtuille de Abajo, en la pequeña bodega donde aún trabajo.
¿Por qué ha elegido el Bierzo y no otra zona vinícola?
Porque este valle enamora. Y porque para los que anhelamos hacer grandes vinos, el Bierzo tiene un cúmulo de atractivos: un alto porcentaje de viñedo viejo, suelos diversos y con diferentes orientaciones, una variedad como la mencía, propia del lugar y de gran riqueza, y una cultura vinícola muy arraigada. Todo ello me convenció de que en este lugar podía hacer los vinos que siempre he soñado: frescos, de trama fina y con un carácter propio.
Tendréis el gustazo de probar Quite 2019, un vino elaborado con Mencía y una crianza de 7 meses en roble francés y ánfora de barro.
Por favor, disfrutad y sed felices !
Costo : 2 botellas de Quite 2019, 1200 $
( Entrevista extraída del periódico Expansión y escrita por Federico Oldenburg )